Pocos dolores son capaces de perforar el alma para siempre. El peor de todos, tal vez, sea el de un padre que entierra a su hijo. El de una madre que nunca más volverá a darle un beso en la frente a su hija. Ese dolor, que no se cura regenerando tejido y tampoco con el mejor de los implantes, es antinatural en todo sentido. Los padres, las madres, no deben vivir el luto de su descendencia.
Lo que sucedió la mañana del 18 de mayo en Fundación, Magdalena, fue un absurdo. Uno de los tantos episodios irracionales que se ven y se oyen a diario en Colombia. Pero esta vez el absurdo golpeó sin piedad: 33 niños muertos, el saldo de un incendio que dejó en cenizas el ánimo de una nación.
Como una paradoja, el dolor es una muestra indiscutible de que se está vivo. En las siguientes fotografías ese dolor invisible se vuelve tangible, con la mirada de las personas retratadas. Su mirada, como reza una canción, es el más perfecto modo de decirlo todo.
Jhonny (5 años)
Era un niño quieto, escuchaba música vallenata, gusto que heredó de Jhonny, su padre. La caja era su instrumento preferido. Quería ser músico como un primo acordeonero que falleció. "Prendía el equipo de sonido y se ponía a tocar la caja. Le gustaba el vallenato de Diomedes Díaz y Silvestre Dangond", recuerda su papá, que también revela otra de sus pasiones: el fútbol.
"Tenía que echarle candado al portón para que no me saliera a jugar fútbol con el sol caliente en una canchita cerca de la casa".
Cursaba primero de primaria en la Institución Educativa Departamental, sede Antonio Nariño. Era muy aplicado en el colegio, cuando llegaba a su casa se quitaba el uniforme y se ponía a hacer las tareas. "A veces la mamá le iba a poner la comida y prefería primero hacer las tareas". Las matemáticas era su materia preferida. Ya sabía sumar y restar.
Era muy cariñoso con su papá y le decía que no quería que lo dejara solo. La última vez que Jhonny compartió con su hijo fue aquella mañana del domingo 18 de mayo. Le pidió que desayunara, pero él por el afán de irse para la iglesia le echó la comida al perro, por lo que le dio una palmada. El 28 de julio cumplía 6 años.
Luz (7 años)
Soñaba con ser empresaria u ortodoncista. Se ponía los zapatos y cogía los bolsos de Josefa, su madre, y decía: "me voy para la oficina". Hablaba como una persona adulta. Solía decir que cuando fuera grande iba a trabajar para comprar dos apartamentos, uno para sus papás y otro para ella.
Era una niña alegre e inteligente. Cuando sus amiguitos llegaban a su casa para jugar se convertía en su profesora. Cogía el miniportátil de su mamá y les ponía tareas a los niños.En sus cuadernos del colegio aún están las planas y dibujos que hacía. También le gustaba mucho leer. "Leía la Biblia con su papá. Entendía mucho la palabra de Dios, interpretaba mucho la Biblia", dice su tía Zenaida.
Cursaba tercero de primaria en el colegio Niño Jesús. Era una alumna excelente, siempre ocupaba el primer puesto en su curso. El domingo, antes de ir a la iglesia Pentecostal, estaba viendo una película de Barbie en el computador con su prima Andrea, de 12 años.
Juan y Keisi (4 y 2 años)
"Juan era un niño alegre, un niño inquieto, activo. Era bailador, le gustaba mucho la champeta. También jugar con el balón y la cabuya", cuenta Ana, su abuela paterna.
Este es su juguete favorito. "Mi carrito" lo llamaba. En la guardería se distinguía por ser amoroso, juguetón. Defendía y cuidaba a su hermanita. Le encantaban las cometas y los boliches.
Keisi, risueña y bailarina también, pronunciaba las palabras haciendo énfasis en la ‘R’. Cumpliría dos años el 31 de mayo.
A esta muñeca le decía “mi niña”, y no tiene ropa porque se la quitó la última vez que tuvo rabia. “Cuando estaba rabiosa se halaba los pelos y tiraba las cosas y teníamos que correr a consentirla porque el papá la tenía muy pechichona”.
"Cada vez que escuche ‘el serrucho’, voy a recordar a mis dos nietos bailando", dice Ana.
Eileen (6 años)
Estaba en segundo de primaria y su futuro lo imaginaba como una enfermera o profesora. “Ya le había comprado tres juguetes de enfermera, y ella los iba dejando por ahí. Este fue el último que le compré”, cuenta su madre, Luz Mary.
Eileen se ponía su estetoscopio y acostaba a las niñas en el suelo, les revisaba los dientes, las inyectaba y las mandaba para la casa sin antes decirles “les toca control la otra semana”.
El 18 de mayo se levantó muy temprano, a las 7:30 de la mañana ya estaba lista para irse a la iglesia. El domingo anterior no pudo asistir porque se había quedado dormida en la casa. Esta vez se levantó contenta para su cita.
Un día antes le dijo a la abuela: “¿Por qué tienes tantas arrugas? Yo no te quiero ver así”. Su abuela contestó: “entonces no me vas a ver, porque cada día tengo más”. Eileen le acariciaba la piel del rostro mientras le hablaba.
Luisa (7 años)
Ya sabía leer y le gustaba sumar y restar. Asistía a segundo de primaria, y estaba en proceso de aprenderse las tablas de multiplicar.
Le fascinaba ver videos musicales y la película ‘Barbie Mariposa’, que de tanto verla y rayarla su papá le había comprado tres veces.
Soñaba con ser Señorita Colombia y le gustaba desfilar. “Cuando la llevábamos al río, se ponía un vestidito de baño amarillo y empezaba a modelar como si fuera reina. 'Mami yo voy a ser la reina de Colombia'", recuerda su mamá, Blanca.
No tenía tacones, pero la niña iba corriendo hasta la casa de su tía a buscar y pedir prestados unos taconcitos color fucsia, que le quedaban bien. Ahí empezaba la pasarela de Señorita Colombia.
Claudia (8 años)
No era una niña estudiosa, ni aplicada, pero se destacaba por su inteligencia en el colegio. Según su mamá, Yomairis, quería ser doctora. “Le dije que procurara aprender entonces”.
No le gustaba hacer tareas, prefería jugar en la calle, juegos rudos, y que implicaran correr.
Este muñequito se lo regaló una prima, hace bastante tiempo. Claudia fue a la casa de su prima y le pidió que se lo regalara. Ella accedió y se convirtió en “mi osito”, el objeto que paseaba como si fuera su hijo.
Hacía lo que fuera por llamar la atención.
Selena (5 años)
"Mami, yo soy tu modelo", recuerda Karen mientras sonríe y llora a la vez. "Ella me dio muchas alegrías", remata.
Describe a su hija como una niña coqueta y alegre. Le gustaba usar la ropa apretada porque decía que iba a ser modelo, adoraba maquillarse, tenía el pelo negro rizado, era de piel blanca y de ojos grandes.
"El sábado yo estaba arreglando el escaparate y saqué unos pintauñas y se pintaron ella y su hermanita, y me pidieron que les tomara fotos con la tabla", dice Karen.
En el colegio Selena era un 'terremoto'. Le pegaba a otros niños, era la que tenía la batuta en el curso, como una líder. Fue excelente estudiante. Gozaba jugar a la pita, corría, era una niña hiperactiva. Si otro niño tenía algo en las manos, se lo arrebataba para hacerlo llorar y salía corriendo. Eso la divertía.
Según su mamá, el domingo se levantó temprano y ella le preparó el desayuno, pero no se quiso tomar el chocolate que le preparó. "Mami, guárdame el chocolate para cuando yo venga", dijo antes de salir.
“Este muñeco le gustaba mucho, se lo regaló mi mamá. Se reía de él porque ella le arrancó la nariz. Le decía ‘Mi Mickey’".
Periodistas: Daniela Cárdenas Seoanes y Paola Benjumea Brito